Reconstruir vínculos: arquitectura participativa como respuesta inmediata | Proyecto Chacras de Natura Futura Arquitectura
- Arq. Henry Loarte
- 11 sept
- 5 Min. de lectura
AUTOR: Henry Loarte.
He llegado a ver la arquitectura no solo como un arte, sino como una poderosa forma de comunicación que trasciende el espacio y el tiempo.

NOMBRE: Proyecto Chacras.
ARQUITECTOS: Natura Futura Arquitectura + Colectivo Cronopios.
FOTOGRAFÍA: Eduardo Cruz y Natura Futura.
UBICACIÓN: El Oro, Ecuador.
AÑO: 2016.
ÁREA: 30 m2.
El terremoto que golpeó la costa ecuatoriana en abril de 2016 puso a prueba la capacidad de respuesta de comunidades enteras frente a la pérdida abrupta de viviendas, seguridad y redes de apoyo esenciales. En medio de este escenario de fragilidad, surgió una intervención que, más allá de resolver la urgencia habitacional, exploró el papel de la arquitectura como motor de reconstrucción social, tejido comunitario y aprendizaje colectivo.

Levantada en tan solo diez días en la provincia de El Oro, El proyecto Chacras es esta vivienda de 30 m² se convirtió en refugio y punto de partida para Don Velfor y su familia, quienes encontraron en este nuevo espacio no solo un techo, sino la oportunidad de reconstruir vínculos, arraigo y esperanza. La propuesta, liderada por Natura Futura Arquitectura junto al Colectivo Cronopios, evidencia cómo la disciplina arquitectónica puede reinventarse en contextos de emergencia, integrando diseño responsable, recursos locales y solidaridad autogestionada.

Ubicada sobre un terreno de 12 × 10 m, la vivienda se estructura a partir de tres cuerpos claramente diferenciados: dos destinados a dormitorios y uno a cocina y área social, previendo una posible expansión futura hacia la plataforma exterior. Esta configuración básica, lejos de ser una limitación, encarna la premisa de que un diseño elemental, si se proyecta con flexibilidad y apertura, puede evolucionar de acuerdo con los cambios y necesidades de quienes lo habitan. De esta forma, la arquitectura se convierte en un marco vivo, adaptable y permeable a la transformación cotidiana.

Una de las decisiones clave fue elevar la estructura por encima del nivel natural del terreno. Este gesto técnico, además de proteger la vivienda de la humedad del suelo —frecuente en climas cálidos y húmedos como el de la costa ecuatoriana—, habilita un flujo constante de aire bajo el piso, potenciando la ventilación natural y reduciendo la sensación térmica interna. A esto se suma la altura del techo, que actúa como gran sombrero flotante que proyecta sombra y protege de la lluvia, reforzando estrategias pasivas de confort ambiental y optimizando recursos sin necesidad de sistemas artificiales de climatización. En contextos con limitaciones económicas, estos principios pasivos son más que una elección técnica: son una herramienta de autonomía y eficiencia.

La transparencia y permeabilidad de los cerramientos, lograda mediante la disposición de pallets y listones de madera reciclada, permite la entrada controlada de luz natural. La modulación de las ranuras deja filtrar la luz de forma fragmentada, generando juegos de sombras que cambian a lo largo del día y dotan a los espacios de atmósferas dinámicas. Esta calidad lumínica no es un mero recurso estético; establece una relación activa entre el interior y el exterior, entre lo privado y lo comunitario, sugiriendo una arquitectura que respira junto a su entorno.

Las ventanas, diseñadas a distintas alturas y dimensiones, cumplen múltiples funciones. Las aberturas bajas, a ras de piso, funcionan como umbrales de escape y juego para los niños, transformando la vivienda en un espacio lúdico y flexible, que invita a recorrerlo de forma creativa. Así, se reconoce la importancia de considerar la escala y las rutinas de los más pequeños dentro de la vivienda emergente, favoreciendo su apropiación y sentido de pertenencia.


El acceso principal, concebido como umbral generoso, articula la cocina con la plataforma exterior, extendiendo la vida doméstica hacia un espacio comunitario de encuentro. La cocina, organizada con estanterías fabricadas a partir de canastas de frutas recicladas, ejemplifica cómo los recursos cotidianos pueden adquirir nuevas funciones dentro de un enfoque de economía circular y aprovechamiento máximo de materiales. Esta misma lógica se traslada al huerto doméstico, levantado con neumáticos reutilizados rellenos de tierra cultivable. Este pequeño huerto, además de contribuir al autoabastecimiento, simboliza una semilla de esperanza para los más jóvenes de la familia, que lo reconocen como proyecto propio y herramienta para reconstruir vínculos con la tierra y con la comunidad.
Todo el proceso constructivo se basó en un modelo de autogestión y participación directa de voluntarios, quienes fueron convocados a través de redes locales, medios digitales y difusión boca a boca. La organización de jornadas de capacitación permitió que personas sin experiencia previa adquieran conocimientos básicos de técnicas constructivas, integrándose activamente en la materialización del proyecto. Este proceso, más allá del resultado físico, fomenta la transferencia de saberes, la cohesión vecinal y la creación de redes de apoyo que trascienden la obra construida.

Un aspecto clave de esta experiencia es que no se limitó a resolver una necesidad inmediata, sino que apostó por reactivar la economía familiar y dinamizar la vida comunitaria. La plataforma de ingreso, además de fungir como espacio de transición, funciona como escenario flexible para actividades productivas: venta de alimentos, reuniones barriales o encuentros culturales. Esta polivalencia espacial expande la vivienda hacia la calle y fomenta la interacción con viviendas vecinas, consolidando la idea de núcleo comunitario vivo. En un contexto donde la paralización laboral afectó gravemente los ingresos, estos espacios híbridos ofrecen alternativas para generar recursos, compartir saberes y fortalecer la resiliencia colectiva.

La inauguración de la vivienda incluyó una presentación de títeres junto al grupo Rompecabezas, un gesto simbólico que transformó el acto de habitar en una celebración compartida. La cultura, en este marco, se convierte en un puente que refuerza la apropiación del espacio y alimenta la dimensión emocional de la reconstrucción. Cada sombra, cada ranura y cada detalle constructivo encierra una historia de solidaridad, ingenio y esperanza colectiva.
En su conjunto, este proyecto sintetiza cómo la arquitectura, entendida como disciplina social y participativa, puede superar la mera edificación de muros y techos para convertirse en catalizador de redes de apoyo, transferencia de conocimientos y dignificación de comunidades afectadas por la adversidad. La modestia de los recursos empleados contrasta con la magnitud del impacto generado, recordando que los grandes cambios muchas veces se gestan desde gestos sencillos, materiales comunes y la voluntad de colaborar.

Mirar de cerca esta experiencia invita a cuestionar la manera en que proyectamos, diseñamos y construimos en situaciones de vulnerabilidad. Obliga a reflexionar sobre la importancia de considerar no solo la funcionalidad técnica, sino la dimensión humana y simbólica de la arquitectura. Cada espacio, por mínimo que parezca, puede convertirse en una plataforma para sembrar nuevas dinámicas económicas, reforzar la cohesión barrial y devolver a las personas el derecho básico de habitar con dignidad.


En definitiva, reconstruir después de una catástrofe no es solo levantar paredes: es restituir confianza, revitalizar la comunidad y demostrar que la arquitectura, cuando se conecta con la realidad social y se nutre de la participación colectiva, puede ser motor de transformación genuina.
Y si cada página deja esta reflexión latente, que este artículo sea apenas la antesala de otras miradas que Revista Focus Edición 13 ofrece: relatos, ideas y propuestas que invitan a redescubrir el poder de la arquitectura para cambiar realidades, una historia a la vez. Te invitamos a seguir leyendo, descubriendo y construyendo ideas junto a nosotros.