Una Fachada Mínima y Un universo íntimo | Casa Lorena de Workshop, diseño y construcción
- Arq. Luisa Afanador

- hace 4 días
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Autor: Luisa Afanador
Una mente inquieta acerca de la ciudad



ARQUITECTOS: Workshop, Diseño y Construcción
FOTOGRAFÍA: Manolo R. Solís
UBICACIÓN: Mérida, México
AÑO: 2022
M2: 125m2
Vaciar para habitar

En una ciudad donde el sol no perdona y las calles coloniales murmuran historias detenidas en el tiempo, hay una casa que no se impone, no grita, no sobresale. Apenas 4.5 metros de fachada que parecen susurrar más que mostrar. Quien la cruza, sin embargo, no entra a un espacio: entra a un ritmo. A una forma de silencio. A una manera de habitar donde el vacío es materia arquitectónica.
Casa Lorena no se construye sobre el vacío: lo abraza, lo estructura, lo convierte en el corazón vivo del proyecto. Aquí, la arquitectura no se define por lo edificado, sino por aquello que no se construye. Es en ese espacio intermedio —el patio, el respiro, la luz que cae sin permiso— donde todo sucede. En esta casa, lo no hecho es lo que más se siente.
Antes de ser lo que es hoy, Casa Lorena fue parte de una casona de principios del siglo XX. Con el paso del tiempo y la especulación urbana, el terreno se fue fraccionando hasta quedar reducido a un cuarto de su tamaño original. Lo que antes era amplitud colonial, ahora era un terreno estrecho, profundo, comprimido entre medianeras.

Los arquitectos de Workshop, Diseño y Construcción decidieron no borrar, sino revelar. No negar la historia, sino reinterpretarla. Las vigas Decauville, aún firmes en lo alto, no fueron sustituidas; fueron restauradas y puestas en valor. Las tejas tipo Marsella que resistían al paso del tiempo fueron reaprovechadas. Los muros de mampostería expuesta se conservaron.
En lugar de sobreponer modernidad, el proyecto opta por el respeto. Cada cicatriz del lugar se convierte en parte de su identidad. Así, lo preexistente no es obstáculo, sino soporte. No es ruina, sino memoria.
Casa Lorena se desarrolla en una superficie construida de aproximadamente 125 m², distribuidos a lo largo de un predio angosto y profundo, típico del casco histórico de Mérida. La casa está organizada en dos crujías principales: una restaurada, que conserva su volumetría original con muros portantes de mampostería, y otra completamente nueva, construida en concreto y bloques de cemento, que responde con lenguaje contemporáneo a las necesidades del programa.
El conjunto se articula alrededor de un patio central que funciona como núcleo climático, visual y funcional. El programa incluye una sala de estar con doble altura, comedor-cocina con conexión directa al jardín, dos habitaciones, una de ellas en planta baja, dos baños, una terraza exterior, y una pequeña piscina que se inserta como extensión del vacío central. La circulación es lineal pero fragmentada por cortes visuales, jardines intersticiales y puentes de luz, permitiendo que el recorrido interno se sienta siempre en diálogo con el exterior.
La casa como paisaje interior

Si en la arquitectura moderna el exterior era el horizonte, en Casa Lorena el horizonte se pliega hacia dentro. No hay grandes aperturas hacia la calle. No hay necesidad. Todo lo necesario está adentro: luz, sombra, vegetación, agua, aire. Es un universo cerrado que se abre verticalmente y respira horizontalmente.
El patio, lejos de ser un accesorio, es la presencia estructural que organiza el habitar. Todo gira en torno a él. Desde la sala con techos altísimos hasta la cocina con sus puertas de cristal, desde las escaleras flotantes hasta el dormitorio que se asoma sin miedo, todo se articula en torno a lo que no se construyó. El vacío es, aquí, forma y función.

En palabras de Luis Barragán, “la serenidad es la emoción más grande que la arquitectura puede suscitar”. Casa Lorena recoge esa enseñanza y la vuelve tangible: en el murmullo de las hojas, en el reflejo del agua contra el muro, en el silencio que acompaña la sombra. También podríamos evocar a Álvaro Siza, quien afirmaba que “la arquitectura no es el objeto, sino el vacío que lo rodea”. Lorena lo entiende bien: su belleza no está en sus muros, sino en la manera como deja pasar la luz entre ellos.
Y sin embargo, no es una casa estática. Como en la obra de Glenn Murcutt, aquí los espacios respiran. Las aperturas permiten ventilación cruzada; los materiales son honestos, sin cosmética. La casa se construye con lo justo, con lo necesario, y eso es lo que le permite alcanzar un nivel de profundidad mayor. Se trata de una arquitectura que no impone, sino acompaña. Que no clausura, sino filtra.
Componer con el silencio


Hay casas que hablan. Otras, como Lorena, escuchan. Su atmósfera es la del recogimiento. No en un sentido místico, sino cotidiano. Aquí, la contemplación no es un acto aislado, sino una forma de vivir. El habitar se vuelve ceremonia: caminar descalzo sobre el piso de pasta, abrir una puerta y oír el canto de los pájaros, sentarse a leer con la luz rasante del atardecer.
El arquitecto finlandés Juhani Pallasmaa escribió que “la arquitectura da forma a nuestro ser más íntimo”. En Casa Lorena, esa idea se vuelve palpable. La casa modula los gestos, ralentiza el tiempo, obliga a mirar. Ya no se trata de hacer, sino de estar. El lujo aquí no es material, sino temporal: tener un momento para observar cómo la sombra se mueve sobre el muro de mampostería.
Cada rincón parece pedir pausa. No hay recorridos frenéticos ni pasillos sin destino. La distribución privilegia la transición lenta, la estancia prolongada, la mirada atenta. El vacío se convierte en un recurso emocional, en una invitación a detenerse.
El arte de no hacer
En tiempos donde la arquitectura muchas veces se confunde con espectáculo, Casa Lorena propone una ética diferente: la de hacer con menos. No por austeridad, sino por sabiduría. Porque el espacio no se llena con cosas, sino con relaciones. Relación con la luz. Con el viento. Con el pasado. Con el tiempo.


El proyecto no exhibe soluciones técnicas, pero las contiene todas: estrategias pasivas de climatización, integración vegetal, techos ventilados, orientación consciente. El gesto técnico nunca aparece como gesto estético, y sin embargo todo está cuidadosamente resuelto.
Hay un gesto profundamente latinoamericano en esta casa: la capacidad de improvisar sin perder rigor, de reutilizar sin sacrificar belleza, de resignificar sin destruir. Es una arquitectura que acepta el clima, la historia, los límites y los transforma en oportunidades.
Donde otros ven lo pequeño, esta casa encuentra lo esencial. Donde otros ven un lote residual, aquí aparece un hogar. Donde otros construirían, esta casa simplemente no lo hace. Y en ese acto de no hacer, nos enseña otra forma de mirar.
En Casa Lorena, el oxímoron arquitectónico se vuelve experiencia cotidiana: un vacío habitado. Un espacio donde el silencio construye, donde la sombra ordena, donde el límite se diluye. No hay espectacularidad, ni formas esculturales, ni texturas agresivas. Hay calma. Hay luz natural. Hay una estructura honesta que sostiene sin alardes.


Quizá su mayor lección no está en lo que propone, sino en lo que omite. En una época que celebra la forma, esta casa celebra el espacio. En una cultura del exceso, apuesta por el mínimo. En una arquitectura de respuesta, Lorena formula una pregunta.
La arquitectura no siempre se trata de construir más, sino de aprender a vaciar. A callar los muros. En una época que celebra lo evidente, Casa Lorena elige ser sutil. Y en esa sutileza, tal vez, esté su mayor revolución.
Nos interesa conocer cómo otros arquitectos, diseñadores y pensadores del espacio abordan el acto de no construir como parte del diseño. ¿Qué opinas de la relación entre el vacío y la experiencia habitacional? ¿Crees que el silencio, la sombra y el tiempo pueden ser herramientas tan potentes como la materia?















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